martes, 21 de octubre de 2008

24

Llegó cuando aún se veía luz bajo la persiana. Se apoyó en una valla de reja, frente a una señal de tráfico mal iluminada por un farol grisáceo. Un anciano daba pasos cortos bajo la luz. Le vió torcer el cuello hacia él pero siguió con sus pasitos, como si no le hubiese visto.

Es una chica muy bonita, le comentó el viejo tuerto de la gorra de cuadros. Al hablar, le torcía el gesto por el ojo malo, y aquello le heló la sangre.


Como cuando supo de su ruina, cuando tropezó al salir corriendo de aquel banco, cuando trató de ponerse de pie, cuando alguien le agarró de la manga, cuando trató de zafarse, cuando amenazó con el arma descargada a un conductor para robarle el auto, cuando el conductor sacó de su sobaquera un revolver y le dijo tira el arma y arrodíllate o te vacío el tambor antes de que pestañees, cuando supo que su suerte era mala, mala, muy mala, cuando descubrió que de todos los conductores tuvo que toparse con un expolicía retirado por un balazo mal soldado en su tibia, aficionado al tiro y campeón ocho años consecutivos del certamen de tiro del Estado, para policías y militares en activo y retirados.


Porque está esperando a la china, ¿verdad? Y le guiñó el ojo bueno.


Lo último que haría sería volverme a meter en líos. Pero la promesa de un saco de buena suerte, un fajo de billetes como mi brazo y sus ojos rasgados acababan de hundirme.

Se apoyó en la reja metálica y pensó. Sólo dos días antes.

jueves, 7 de agosto de 2008

25

Muchos se preguntan qué es lo que harán al salir de la cárcel. Pues lo de siempre. No, no, lo primero, lo primero de todo.
Unos dicen que ir a echar unos dados, otros que unos tragos, muchos que ir a ver a una amiguita, alguno que ver a sus hijos, los más, volver a esconderse de las cuentas pendientes, hay de todo. El austral siempre dice que él nunca mirará atrás, pero siempre nos cuenta lo de los aviones y lo de siempre.

Muchas veces me he preguntado qué será lo primero que haga. Supongo que mirar al cielo por si va a llover. Y si va a llover, me iré a comprar un paraguas, o, mejor, una gabardina. Las gabardinas son elegantes y les dan prestancia a quien las lleva. Yo soy un presidiario y eso se conoce a la legua. Con una buena gabardina, tal vez pase por alguien honorable. La gente ordenada tiene gabardinas. Creo que sería una buena idea comprarse una gabardina, pero creo que tendré que emplear bien mi dinero, al menos, hasta que tenga algún trabajo o algún asunto. Los asuntos antes me han traído problemas, pero mi suerte ha de cambiar.

Y tendré que llevarle el paquete a mi tía, si quiero salir bien parado de ésta. Mi tía hacía dulces.

El olor aquel de los dulces antiguos. Ni el olor de la humedad, ni el olor de los barrotes de metal, ni el olor a orines de las letrinas, ni el olor a grasa y a madera quemándose de la serrería, ni el olor del desinfectante de la lavandería, ni el olor del sudor de los negros que juegan al béisbol, ni el olor de la naftalina cuando nos dan el uniforme nuevo, ni el olor de la ropa vieja que me tapa por las noches, ni el olor a medicamentos de la enfermería, ni el olor de las bolsas de lona cuando se llevan a alguno de la enfermería. Nada de todo eso me ha borrado el olor, el dulce perfume de los dulces antiguos.

Antes de ir dónde mi tía, creo que no podré evitar comerme algunos dulces como aquellos antiguos.

domingo, 6 de julio de 2008

26


El olor del pan, fermentando, tostandose, ardiendo, no sabía, le recordó a lo de antes, cuando aún no sabía lo que era la libertad porque no la había perdido. Cuando aún no sabía lo que significaba oler la humedad, contar una noche tras otra el repiqueteo de la gota aquella del desagüe, trescientas treinta y cuatro, más, hasta que volvía a sonar la sirena, formación, ducha templada, café y pan, carpintería, biblioteca, talleres, jardín, media hora de beisbol, paseo o cartas, y así tiempo. Todo el tiempo.

-Llévale este paquete a mi tía. Son cartas, libros, cosas mías, a ella le gustará tenerlas. Cualquier día a mi me pasa algo...


Y no dejó seguir, porque sabía de lo que le estaba hablando. A muchos les había ocurrido. A muchos se les había ocurrido. Los más viejos decían que si, que era normal. A mi me pasó a los doce, a mi a los quince, a mi nunca me ocurrió, decía Gino, un italiano que siempre sonreía, aunque los otros le solían corregir. ¿No te acuerdas lo que pasó hace seis, siete inviernos? Debías llevar aquí dieciséis años. ¿Recuerdas aquel invierno? Y a Gino se le escurría la sonrisa por la comisura.

En el portal vio los buzones, el nombre de la tía. No tenía ganas de ver a nadie, de hablar con nadie. Colgó la bolsa con el paquete del pomo de la puerta y le dio al picaporte. No oyó nada. A los pocos instantes volvió a golpear con más fuerza. Creyó oir unos pasos y le sacudió de nuevo.

Ya voy, oyó una voz anciana.

Salió apresuradamente, pero nada más pisar la calle quedó atrapado por el aroma de la harina, el fuego, el horno y su libertad.

Y allí se dirigió.


domingo, 22 de junio de 2008

27

Fue al día siguiente cuando la anciana la encontró. Al salir, como cada día, a buscar la media barra de pan que aquella chiquita le vendía a escondidas.

-Señora, yo no le puedo vender media barra...

-Ay, nena, que si no he de tirarla y yo ya no puedo ir gastando el dinerito que no tengo.

Entonces le sacaba de debajo del mostrador media barra que le tenía preparada, envuelta en una hoja de papel de seda.

-Tenga usted, que como me pille el jefe, me pone de patitas en la calle.
-Ay, nena, qué guapa eres, tan chinita y tan maja.

Y ya tenía su barra para un día y hasta para dos. O para darle a sus pajaritos.

Al irse a buscar el pan, cuando abrió la puerta notó que se vencía por algún peso extraño. Vió una bolsa colgando del pomo. Miró a los lados mientras la cogía y se volvió adentro. La dejó sobre la mesa de la cocina, el mantel de hule para proteger la vieja fórmica. Y sacó su contenido.

jueves, 12 de junio de 2008

28


Las cosas

-
Un mazacote de cartas abiertas cogidas por dos gomas en cruz.
-Un fajo de billetes, muchos, en una bolsita de tela oscura.
-Un sobre cerrado que ponía "Léela" y , por detrás, "Tu sobrino".
-Un lápiz pequeñito, usado, gastado.

-La fotografía de una mujer sonriente, despeinada y con un violín en su regazo.Escrito en una esquina: "Te regalo una canción. Berta".
-Una llave ennegrecida y un llaverín de chapa lleno de golpecitos y raspaduras con un número
34 grabado.
-Un resguardo de la lavandería que ponía "Abrigo" y el número 422.
-Otro resguardo de la lavandería que ponía Saco nº 3 y debajo, en las observaciones, "Entregar en el apeadero, dentro de una semana, antes de las 6.00".
-Un recorte con la ilustración de una pistola.



Lo extendió sobre la mesa. Sacó el cuchillo patatero y se sentó. Rasgó el sobre. Y se dispuso a leer la carta de su sobrino.

martes, 27 de mayo de 2008

29

Querida Tía

Si has recibido esta carta, significa que pronto volverás a tener noticias mías.
Mientras tanto necesito que haga algo por tu sobrino, para que salga cuanto antes de aquí. En la Posta Central hay un buzón que se abre con la llave que tienes entre tus manos.
Allí recogerás un arma como la de la fotografía. No te desprendas de ella y úsala si te ves en peligro. Cuando recojas el abrigo de la lavandería, te dirán que en un bolsillo había una petaca. Bajo los cigarrillos, la dirección de un apeadero. Allí mismo da la orden de que envíen el saco número 3 a ese apeadero, según las instrucciones que figuran al pie.

En cuanto lo recupere, te volveré a escribir para volver a verte y para que me prepares el asado aquel que tanto me gustaba y que tantas veces he añorado desde que llegué al presidio y después de fugarme. Ya sabes, se cometió una injusticia conmigo. Pero pronto todo se arreglará. Tu sobrino que te quiere

PD: Estate alerta. Usa bien el dinero y aléjate de Claudio: no dudes en usar el arma si me anda buscando. Y si ves a mi amiga oriental, no le cuentes nada de todo esto.

viernes, 25 de abril de 2008

30


Al salir tuvo que mirarla dos veces para reconocerla. De hecho, la habría mirado tres veces. Más. Unas cuantas más. La chica de la panadería era ahora la mujer que cruzaba la calle. Y vio su paso decidido, firme y seguro mientras martilleaba los adoquines con unos tacones que en cualquier momento iban a atravesarlos. Hola.

Callejearon confundiéndose entre las sombras hasta que se detuvo frente a una puerta metálica. Llamó suavemente. Un hombre más bien enclenque subió la persiana e hizo ademán para que entrasen. Casi ni se fijó el él, era mayor, no supo más. Una sala vacía y una puerta. Al pasar se encontraron en una especie de salón, con unos sofás, una mesa redonda, como de cartas y una vitrina con bebidas. De haber sido más sórdido, hubiese pensado que estaría en un bar cklandestino, Pero aquello era tan hogareño que sólo le faltaba la abuelita haciendo punto en la mecedora. Mientras se fijaba en los detalles, tapetes, un trofeo viejo y un daguerrotipo de un soldado, tomó asiento y cogío el vaso que le tendió la panadera. Cómo te llamas, le preguntó. Ella le miró fijamente y se sentó frente a él. Pronto llegará mi amigo. Y cruzó las piernas y se quedó callada. No supo que decir. Ya no recordaba cómo sabía lo dulce.

Un hombre de pelo corto y entrecanoso entró por la parte interior. ¿Es éste? La oriental se puso de pie, les sirvió unas copas y se marchó. Si hubiese sido la dulce panadera, tal vez la habría seguido con el sueño y la mirada, pero en realidad, sintió cierto alivio al verla irse.
Tengo algo que te interesa, le dijo el rubio abriéndose la chaqueta. Y puso un fajo de billetes sobre la mesita, en el tapete. El blanco del hilo contrastaba con los billetes sucios, la goma vieja. Lo miró. Mi salvación, se dijo. Y mi condena, se respondió. Es sencillo. Tú me haces un favor y yo me alegro. Te lo agradezco y nunca más nos volveremos a ver. Porque si nos encontramos de nuevo, te enseñaré mi placa, sacaré mi arma y te dispararé antes de que abras la boca. Son cosas que podemos hacer los polis, tú ya me entiendes. Le entendió.

Y le explicó lo que podría hacer por él. Necesitas un corte de pelo, y tal vez comprate ropa nueva. Pero es cosa tuya. Conozco un buen barbero. Deberías ir mañana, a las siete, no más tarde. Aféitate, date un masaje, córtate el pelo, como si fueses un hombre decente, ¿no me ves? es otra cosa, ya sabes. Podrás leer el periódico, ver revistas de chicas, hablar de beisbol, las cosas de los barberos.
¿Me va a dar ese fajo por afeitarme? Y esperó la segunda parte. Róbale, mátalo, ataca a un cliente. ¿Pero, por qué tenía que afeitarse?

El policía salió un momento de la sala, por la puerta interior, la misma por la que se habá ido la filipina. Todo estaba en silenco. ¿Y ahora? A esperar, supuso. Bueno.
No se te ocurra desaparecer, chico, oyó muy cerca. No le había visto entrar. No se te ocurra largarte con la pasta caliente. Es tan aburrido perseguiros. Y demasiado sucio mataros. Hazme ese favor, amigo. tan de cerca se pudo fijar en sus arrugas. Y las cicatrices. Y las quemaduras.

¿Usas loción? Bueno, es evidente que no. La filipina te dará un tarro. Eres un tío listo. Cuando termines, hazte con la navaja e impregnada con el ungüento del bote. Procura no tocarlo si quieres conservar los brazos. Paga, sal de allí y no vuelvas. Luego vete al sur a pasar unos días en el campo o en la playa, baila con chicas bnitas y olvídalo todo. ¿Me has entendido?
Si, si, perfectamente.
Entonces se puso de pie y se le sentó al lado. Y se lo repitió todo. Cuando le dijo que debía de afeitarse le dio un cachete entre simpatico y amenazante. Cuando le dijo que no tocase la pócima si quería conservar sus brazos le advirtió: no es una broma. Vale ese fajo. Si sabes aprovechar tu oportunidad, podrás empezar de nuevo.

Y tranquilo, chaval, lo puedes hacer. Ahora ve a distraerte un rato ¿Tienes alguna amiguita? ¿Juegas a las cartas? Te pued indicar dónde hay una buena timba. Ya sabes, los policías sabemos de estas cosas. No acertaba a decir ni pío. Mira, le anotó una dirección. Podrás jugar hasta la hora que quieras, mientras te quede dinero. Pero mo quiero que te gastes tan pronto lo del trabajo. Toma, y le tendió unos billetes más. Dale esta carta al hombre de la camiseta de tirantes. Es un amigo, te tratará bien. Pero no la abras y no la pierdas.